Nos hacemos mayores. Te empiezas a dar cuenta cuando intentas arrancar tu primera cana pensando en que ha sido un error de la naturaleza, dejas de ver bien de cerca o el fisioterapeuta te aconseja bajar el ritmo de tu ejercicio físico porque ya no eres el que eras.
Ahora toca que la generación de los que vivimos los orígenes de la responsabilidad social de las empresas dejemos paso a los millennials. Hasta aquí hemos llegado. Ha habido mucho avance desde las primeras incursiones en el sancta sanctorum de las empresas para hablar de acción social, con recuerdos imborrables de ser percibidos como seres verdes con orejas y nariz con formato de trompetilla por los que nos recomendaban volver al platillo volante tras más de una reunión de finales de los noventa. Ideas nuevas entonces que después se procedimentaron, sistematizaron e incluso regularon hasta hacernos perder el norte, reflejo claro de que ya había perdido su componente inspirador en beneficio de un sistema aburrido y enlatado por capítulos. Pero queda mucho por hacer, así que lo mejor va a ser pasar ya el testigo a los que te miran como un dinosaurio cuando les vas con el cuentecito de abuelo sobre cómo recopilamos la primera edición de lo que hoy son los contenidos de las memorias de sostenibilidad o sobre cómo empezaron sus propios programas de voluntariado, discapacidad o empleo, que ahora gestionan con ímpetu emprendedor. Pero, sobre todo, cuando presumes de ello pero no sabes responder a algunas asignaturas pendientes de la situación actual.
En mis andanzas de entonces usábamos un test ácido para debatir sobre el sentido de la acción social a partir de la respuesta a estas cuatro preguntas:
Ahora, con un poco más de perspectiva, la sugerencia es hacer otras antes. Preguntas que se hacen los más jóvenes, salvo alguna aberración excepcional procedente del mundo de las escuelas de negocios, y también el ciudadano de la calle. Preguntas con respuestas para todos los públicos. Incluyo solo algunos conceptos, y que cada uno amplíe y pregunte como quiera porque la idea está clara:
No le va faltar trabajo a los millennials para enmendar la plana a lo que hemos construido los de mi generación. Yo llevo un tiempo disculpándome por mi aportación a todo este gazpacho y empezando a encauzar mis energías hacia el horizonte, porque creo que puedo ser más útil dedicándome a impulsar un ecosistema abierto que aporte visión externa a lo que cada uno entiende por innovación. Con perspectiva de futuro, con otro estilo y comunicación para todos los públicos. Y con buenas sensaciones en este momento, porque se está construyendo con reacciones parecidas a las que viví en los inicios del impulso a la acción social empresarial aunque la explosión va a ser mucho más rápida.
Hoy impulsamos dos extremos que se tocan: los nuevos empresarios (¿emprendedores?) en una sociedad más longeva y sin niños. En un contexto de filantropía internacional y nuevos movimientos económicos. Gracias a ellos progresará el bienestar de todos, porque es la única forma de bajar los costes de todo lo que tenemos domiciliado en el banco y de los productos básicos de gran consumo para que consigamos vivir mejor en una sociedad en la que predominaremos los que vivamos de una pensión pública aceleradamente decreciente. Todo ello dando una importancia especial a la comunicación audiovisual y digital en un mundo que requiere un cambio disruptivo en el mundo educativo, en formas y contenidos, que no pueden obviar contenidos éticos ni de ciudadanía, e imaginar nuevas formas de trabajar cuando lleguen los robots. Que no serán verdes ni aterrizarán en un platillo volante.