Las fundaciones que no evolucionen acabarán reemplazadas por robots que gestionarán repetitivamente sus repetitivos programas. Una amenaza parecida a la de las personas, camino de convertirse en un reto.
No sé si una fundación se puede limitar a realizar tareas administrativas en torno a los proyectos de siempre apoyándolos con los formatos de siempre. Y gestionadas por patronatos como los de siempre. Como si no les afectaran los entornos volátiles, inciertos, complejos y ambiguos en los que estamos inmersos. Bueno, sí que lo sé. Mi respuesta es que no se puede limitar a lo burocrático. Porque no es aconsejable para nadie, pero menos aún para un mundo fundacional que disfruta de un favorable tratamiento fiscal por el hecho de dedicarse a actividades de utilidad pública para la sociedad actual y del futuro. Un mundo en el que, paradójicamente, apenas hay áreas de innovación abierta ni abundan precisamente perfiles como los del ecosistema emprendedor, habituado a encontrar nuevos desafíos, soluciones diferentes o nuevas formas de afrontar el día a día. De hecho, nadie visualiza las fundaciones como un sector dedicado a explorar, imaginar y crear un futuro mejor desde la vanguardia de la disrupción en su ámbito social, cultural, artístico o educativo sino más bien como un formato clásico dedicado a mantener la esencia de su génesis fundacional.
Caben muchas propuestas en esa línea. La favorita de todo iconoclasta es replantear el sentido de los patronatos más numerosos e ilustres, cuyos miembros ocupan el cargo como una especie de coronación honorífica con expectativas de visibilidad y relaciones públicas. Porque apuesto a que casi todos esos patronos desconocen, por ejemplo, que deben responder solidariamente ante terceros de los daños y perjuicios que cause la fundación por actos contrarios a la Ley o a los Estatutos.
Pero el rediseño de los patronatos es un tema tan hipersensible para cualquier Presidente que ninguno se atreve a plantear a sus miembros que podrían realizar las funciones actuales a las mil maravillas desde un Consejo Asesor sin responsabilidad directa en la gestión y con la misma exposición pública e influencia. Y configurar un nuevo patronato, más parecido a los actuales Consejos de Administración, con un número reducido de miembros, asignados a comisiones por áreas de responsabilidad y donde casi la primera pregunta que hace cualquier candidato es sobre la póliza de responsabilidad como administrador.
En otros países ya es así. E incluso van un paso por delante, ya que usan fórmulas alternativas a la fundacional. Así lo hace el proyecto Common Goal, que aspira a recaudar el 1% de los ingresos del mundo del gran fútbol para aprovechar el poder transformador del deporte rey en la transformación de comunidades marginales de todo el mundo. ¿Un ambicioso proyecto social articulado en torno a una nueva fundación? Pues no. No se ha constituido en fundación, sino que ha encargado la gestión de las donaciones que reciba de todo el mundo futbolístico a una gran fundación internacional ya existente, que abre un área nueva para encargarse de la operativa cotidiana y las tareas administrativas bajo las directrices de los promotores de la idea. Planteamiento de Champions League, todavía al alcance de muy pocos.
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